El lenguaje nos atraviesa.
Es el cimiento de lo que pensamos, creemos y construimos. Esencia de nuestra identidad y nuestros vínculos. Existe una parte de ese proceso que me asombra y me conmueve: descubrir el tejido de las narraciones que nos contaron, nos contamos y le contamos a los demás: en una anécdota, una experiencia, o en la interpretación de un hecho. También en los silencios.
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Nos relataron tantas cosas, desde tantas perspectivas, a veces con vergüenza, otras con picardía. En varias escenas somos vencedores y héroes, en otras somos errantes y vulnerables. Cada relato lleva una edición, de recuerdos y vivencias. La memoria modifica y articula de formas extrañas lo que recupera. Formas que a veces no llegamos a percibir.
Pero no sólo hablamos de nosotros mismos. También describimos a otras personas, comparamos y sacamos conclusiones. Se cuela entre esas palabras mucho de nosotros mismos y nuestras subjetividades. Impactamos en otros y dejamos huellas en sus recorridos. A veces para bien, a veces para mal.
En la crianza de hijos e hijas, en la educación de niñas y niños también narramos. Explicamos los porqués (cuando podemos). Intentamos que se noten muy poquito los errores y agujeros. Muchas veces, definimos las infancias con torpeza, de maneras equivocadas: rotulamos, agredimos, encuadramos, mandamos, ordenamos. Me pregunto si llegamos a escuchar alguna vez, sin hacer tanto ruido. Ojalá podamos recuperar la magia de esas palabras, para llenar esas historias de amor y respeto, y así poder elegir qué y cómo trasmitir.

El desafío de la psicoterapia es ayudarnos a variar las perspectivas, para encontrarnos a nosotras y nosotros mismos en esas historias: pensar de nuevo, volver a evaluar las herramientas con las que contamos para hacer frente a las realidades, resaltar nuestras fortalezas, reconocer nuestros logros y también animarnos a pedir ayuda. Esa capacidad de vernos de nuevo es el principio del cambio.
Un día, hace muchos años, me acosté en los brazos de mi madre, quien es para mí la reina de los relatos maravillosos. Me hice la dormida y esperé… solo escuchaba el golpeteo de su corazón, encerrado en su pecho. Si pudiera elegir una narración, sería esa. La primera, en la que no había palabras; en la que solo se oía el latido que me dio la vida.